Page 123 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
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Lo que nos ha quedado de las dos redacciones que Azaña emprendió nos muestra sendos héroes frustrados (o mejor, dos variantes del mismo), uno como orador y político que renunció a un ministerio en la España de en- tonces, y otro, como un joven que combatió en la guerra colonial, entre “la escoria que barría del país la recluta voluntaria, prodigioso canal por donde la patria se desaguaba de sus malos humores” (VII, 107) y que vivió luego “la existencia vulgar, ignorada y anodina” de “un pobre hombre que, ven- cido por una legión de enemigos interiores, ha gastado sus días en un monólogo perpetuo” (VII, 81).
Pero el noventayocho personal de Manuel Azaña acabó por ser muy distinto del que se barrunta en estas páginas juveniles. Ya en 1911, se desmarcaba de todo masoquismo patriótico en el brillante arranque de su artículo “Vis- tazo a la obra de una juventud”:
Éramos tan pobres moralmente, y estábamos tan tristes allá por los días que siguieron a 1898, que hasta la gente moza, innovadora y audaz se inoculó el virus pernicioso del desengaño [...]. Nos vestimos de luto e hicimos del dolor un pedestal [...]. Resucitó la lírica en prosa y verso. Un aluvión de Confesiones, Intimidades y Dietarios cayó sobre los más apercibidos; quieras que no, hubimos de enterarnos de las mórbidas reconditeces de toda el alma desolada. Egolatría y exhibicionismo: he ahí los grandes móviles de una generación. Los más apáticos se titularon decadentes; los más irritables, iconoclastas (I, 167-170).
Luego pasaron dos lustros (y pico...) y llegó otro momento de urgencias nacionales y de graves decisiones: la Restauración naufragaba, el desastre de Annual parecía otro fracaso militar y nacional y el ruido de sables anun- ciaba una dictadura militar que se presentaba más inevitable que en 1898. En aquella tesitura, Azaña decidió contar sus recuerdos de las dos grandes decisiones de su vida: la pérdida de la fe religiosa y la ruptura con el catas- trofismo y con la melancolía que estaban unidas inextricablemente a un patriotismo arcaico, masoquista e indecoroso por lo exhibicionista. Esa es la finalidad verdaderamente nacional de la novela El jardín de los frailes, que empezó a publicar en 1921 en las páginas de su revista La Pluma y que vio la luz como libro a finales de 1926. No es casual, ni mucho menos, que el penúltimo capítulo de esa autobiografía intelectual recoja precisamente sus recuerdos de 1898. Vivió aquellas jornadas en Zaragoza (donde había acudido a rendir sus últimos exámenes de Derecho, carrera que había cursado en el Colegio Agustino de El Escorial) y en sus páginas de prosa impecable, tocada de sarcasmo, dejó el recuerdo de la exaltación patriote- ra de las gentes, del optimismo de los atolondrados estudiantes, del calor sofocante de aquel final de la primavera y de la recepción de noticias y bulos pintorescos que llegaban del Caribe... Y, como inevitable telón de fondo, la primera y poco prometedora visita al burdel de madame Paca, francesa de Barcelona.
España. Semanario
de la vida nacional.
Madrid, 22 de diciembre de 1923 Biblioteca Nacional de España. AHS/70099 - ZR/291
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