Page 122 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
P. 122

Manuel Azaña
Segundo borrador de Vida de don Juan Valera (última página, autógrafa y firmada)
Noviembre 1925
Biblioteca Tomás Navarro Tomás del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC. ATN/FRM/088
1 Zamora Vicente, Alonso, “Una no- vela de 1902 (Notas a una lectura apresurada)”, Sur, 226, 1954, reco- gido en el volumen misceláneo del autor, Voz de la letra, Madrid, 1958, pp. 26-45. La fecha de 1902 se ha asociado también a la renovación de la novela en Lázaro Carreter, Fer- nando, “Los novelistas de 1902 (Unamuno, Baroja, Azorín)”, De poética y poéticas, Madrid, 1990, pp. 101-138; Urrutia, Jorge, La pasión del desánimo. La renovación narrativa de 1902, Madrid, 2002, y Martín, Francisco José (ed.), Las novelas de 1902, Madrid, 2002.
2 Azaña, Manuel, Obras completas, Escritos póstumos. Apuntes, Varia 1899-1939, Santos Juliá (ed.), Ma- drid, 2008, vol. VII, pp. 61-62. En adelante, se citará por esta edición con indicación de OC y el número del volumen y la página.
LAS “NOVELAS DE 1902” SON YA UNA REFERENCIA OBLIGADA
en la historia de la literatura española del penúltimo cambio de siglo. La voluntad, de Azorín (todavía J. Martínez Ruiz); Amor y pedagogía, de Unamuno; Sonata de otoño, de Valle-Inclán, y Camino de perfección, de Baroja, nacieron de sensibilidades y propósitos dispares, pero resulta muy difícil no hallarles un aire de familia, al menos desde que lo percibió Alon- so Zamora Vicente en un brillante ensayo de 1954. Pero ya lo habían ad- vertido también en su momento Joan Maragall, empeñado en hablar de una “escuela castellana” que hablara de tú a tú con la modernista catalana, y Emilia Pardo Bazán, siempre avizora de novedades, todo esto once años antes de que Azorín diera en hablar de “la generación del 98”1.
De esa misma fecha de 1902 hay un texto del joven Manuel Azaña, que ha publicado Santos Juliá en la memorable edición de sus Obras completas y que también tiene que ver con la presencia de ese aire de familia:
Para mí, el propósito del arte –escribía un Azaña de veintidós años– no puede ser otro que expresar una emoción, la que el artista siente en presencia de la realidad y cuya contemplación hace vibrar el espíritu. El resultado de la obra de arte cuando el artista trabaja –y triunfa siempre que lo es– consiste en comunicar esa emoción al ánimo del espectador, estableciendo una comunidad de sentimientos entre este y el autor2.
Tal es, sin duda, lo que buscaba el joven aprendiz al elaborar los borradores de una novela, La vocación de Jerónimo Garcés (1904), sobre la que nos consta que quiso volver hacia 1924 y que tenía mucho de aquella comuni- cación conmovida de emociones que ofrecían las citadas “novelas de 1902”.
AZAÑA ANTE
LAS LETRAS ESPAÑOLAS: AFINIDADES Y RECHAZOS
José-Carlos Mainer
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