Page 21 - Eduardo Mendoza y la ciudad de los prodigios
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uno de los periodos más novelados, más sensibles y más polémicos de nues- tra historia del siglo XX. Los personajes que hablan de modo inverosímil, que se comportan de manera surrealista, que parecen esperpentos reflejados en el espejo cóncavo del callejón del gato, constituyen creaciones prodi- giosas, geniales, que nos provocan la risa, como sucedía con los actos y con el lenguaje de don Quijote, objeto continuo de burla por parte de sus con- temporáneos.
Pero sin duda es la Barcelona del siglo XX la que adquiere una relevancia sin par en sus tres grandes novelas: en La verdad sobre el caso Savolta (1975), prodigiosa opera prima que nos retrotrae al sindicalismo y los conflictos so- ciales de inicios del siglo, o en la que narra su evolución social y urbana entre las dos exposiciones universales de 1888 y 1929, La ciudad de los pro- digios (1983), o en la que nos presenta todo el trasfondo político inmedia- tamente posterior a la Transición y anterior a la Barcelona olímpica, Mauricio o las elecciones primarias (2006). Y eso sin que nos olvidemos de esa otra Barcelona diferente, al ser vista a través de la mirada de un aliení- gena, en Sin noticias de Gurb (1991).
En todas ellas, y a pesar de la diversidad de perspectivas, de tiempos y de técnicas narrativas, lo que coloca a Mendoza en esa tradición privilegiada de seguidores cervantinos –en este caso a través especialmente de uno de sus lugares menos transitados, la ciudad de Barcelona— es la magia de su lenguaje y de su creatividad. Don Eduardo, como don Miguel, es creador de una lengua paródica, ampulosa y arcaizante en ocasiones, popular y hasta vulgar en otras, una lengua de registros y contrastes múltiples, que enfrenta al lector a la paradoja de unos personajes verdaderamente increí- bles, surrealistas, esperpénticos, pero, a la vez, llenos de verdad, de huma- nidad y sentimientos, como fueron, y son, don Quijote y Sancho.
En clave sin duda moderna, porque Eduardo Mendoza es un escritor de nuestro tiempo, pero con la riqueza del lenguaje y el estilo de Cervantes, don Eduardo ha logrado portentosamente, como hizo don Miguel, narrar los prodigios de su mundo, de su propia Mancha natal, que no es otra que la Barcelona aquella en la que el hidalgo idealista pudo visitar y disfrutar
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