Page 17 - Eduardo Mendoza y la ciudad de los prodigios
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históricos, de una ciudad a otra, o incluso al espacio exterior, y desplegando a su alrededor una amalgama de personajes heterogéneos y singulares.
Esa capacidad de Eduardo Mendoza para transitar diferentes registros se mani- fiesta también en los géneros que ha cultivado. El teatro, con Restauració y Gloria, ambas escritas en catalán. El ensayo, tanto referente a las ciudades que tan bien ha conocido –Nueva York, o Barcelona modernista– como sobre literatura –Baroja, la contradicción, ¿Quién se acuerda de Armando Palacio Valdés?–. El género corto, con libros de relatos como Tres vidas de santos, y El camino del cole, este último dirigida al público infantil. E incluso, de modo puntual, sorprende su faceta como ilustrador, que encontramos en La visión del Archiduque, o su trabajo como guio- nista para la adaptación cinematográfica de alguna de sus novelas, como El año del diluvio.
Obras como La isla inaudita, El año del diluvio, Una comedia ligera, La aventura del tocador de señoras, El último trayecto de Horacio Dos, Mauricio o las elecciones primarias, El asombroso viaje de Pomponio Flato, Riña de gatos. Madrid 1936, El enredo de la bolsa y la vida, o El secreto de la modelo extraviada, han elevado nuestra narrativa moderna y han contribuido a abrir nuevas sendas al influir también en las generaciones de novelistas más jóvenes.
A menudo el lugar de residencia de un escritor brinda los mejores escenarios para sus relatos. En Mendoza, Barcelona queda retratada con fidelidad y ternura en varias de sus novelas, pero también Nueva York, Venecia y otras ciudades eu- ropeas han sido contextos provechosos para la acción de sus personajes, trasla- dando al lector con naturalidad a lugares que el autor conoce bien, y que sabe captar con su particular mirada satírica, a veces mordaz, pero casi siempre reves- tida de indulgencia.
De todos estos lugares, la ciudad natal del autor es una constante en su narra- tiva, casi un telón de fondo en el mural de su obra. Tal vez Eduardo Mendoza quiso devolverle ese favor a Barcelona con La ciudad de los prodigios, otro de los libros cimeros de su bibliografía, en la que el moderno despertar de la ciudad queda plasmado para la posteridad. De esta novela vaticinó Juan Benet que sería uno de los pocos textos de la narrativa actual que permanecería en el futuro.
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