Page 172 - I estoria-ta: Guam, las MarianasI estoria-ta: Guam, las MarianasI estoria-ta: Guam, las Marianas y la cultura chamorra
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6. Hita nu i man Taotao Tåno’!
¿Cómo hemos conservado nuestra identidad indígena a caballo entre dos potencias mundiales afanadas en esa despiadada construcción de imperios que mueve a los colonizadores? ¿Cómo es posible integrar la identi- dad cultural propia en fuerzas tan contradictorias que reclaman atención y amenazan con dividirte? Viene a ser como preparar un pollo para despiezarlo y cocinar- lo en un delicioso y contundente plato.
He explorado la cuestión de la identidad a través de muchos prismas: como hija o hagan håga’, socióloga, historiadora revisionista, narradora y saina. Mi cami- no hacia la plenitud auténtica y legítima no ha estado exento de dificultades. Las constelaciones que compo- nen mi carta de navegación podrían ser únicas, pues parten de mi experiencia, pero tengo la esperanza de que revelen un pasaje que muchos CHamoru han ex- plorado y transitado.
7. I tutuhon-hu...
Mi viaje empezó en la inconsciencia. No era consciente de la colonización ni de los acontecimientos históricos que habían dado forma a la isla donde nací en 1950. No sabía nada sobre la Segunda Guerra Mundial, de lo devastada que dejó mi isla y el daño irreparable que causó en mi pueblo. No estaba al tanto del dominio eminente de Estados Unidos ni de cómo el ejército estadounidense requisó gran parte de las tierras cul- tivables de Guam después de la guerra para erigir sus instalaciones. En la escuela, no nos enseñaban nada so- bre nuestra historia y nuestro pueblo. De hecho, nos castigaban por cada palabra en CHamoru que pronun- ciábamos, recordándonos a diario que debíamos ha- blar inglés, como hijos ejemplares de Estados Unidos.
Sabía que mi padre era estadounidense, que era blanco, rubio y de ojos azules. Mi madre era de aquí, morena, con ojos marrones y pelo negro. Los niños en la St. Francis Catholic School, donde estudié la prima- ria, se reían de mí por ser tan blanca, ya que tenía el pelo y los ojos oscuros, pero la piel clara. Me llamaban half-caste (mestiza).
Como no conocía el significado de aquello, le pregunté a mi nåna (mi abuela materna), Maria Pe- rez Calvo Torres. Ella solo hablaba CHamoru, no sa- bía inglés, de modo que tampoco lo sabía. Lo habló con mi madre, Mariquita Calvo Torres Souder, y lue- go mi nåna me sentó en su regazo y me explicó que
no importaba el aspecto que tuviera: mi linaje era CHamoru. CHamoru hagå’-mu ginen as nanå-mu. No lo sabía entonces, pero se refería a mi conexión uterina con ella. Me explicó que una mujer nunca podía estar medio embarazada: lo estabas o no.
Con eso me bastó para comprender que mi identi- dad de CHamoru no podía dividirse como si fuera una tarta. Luego mi madre y mi padre me explicaron el rico legado cultural mestizo que teníamos. Igual que todos los niños CHamoru, me aseguraron. El legado cultu- ral de mi padre era inglés y alemán, y el de mi madre, CHamoru y español. Yo era joven e inocente, así que no cuestioné nada de aquello.
A medida que fui creciendo, el término «guamanian» empezó a tener cada vez más influencia, utilizado para designar al pueblo de Guam tras la Segunda Guerra Mundial. A los CHamoru se nos concedió la nacionalidad estadounidense y se nos instó a que abandonáramos las prácticas y tradiciones arraigadas en nuestra heren- cia colonial española y católica. La americanización de Guam se encontraba en pleno apogeo, y en las escuelas de la isla se impuso la obligación de hablar únicamente inglés. Por suerte, mi padre era un hombre sabio que fue capaz de ver la falacia que subyacía a esta política colonial, así que insistió en que aprendiéramos nuestra lengua y nuestros valores indígenas, y que practicáramos las costumbres y tradiciones CHamoru como una parte integral de nuestra vida familiar. Mis padres participa- ban activamente en la comunidad, así que mi nåna fue nuestra «profesora de CHamoru».
En teoría, había aceptado la explicación de mi nåna, pero la gente que me rodeaba siguió poniendo en duda mi legitimidad. Fue entonces cuando entré en la fase de identidad fracturada. Descubrí que mis abuelos, tanto del lado de mi nåna como de mi tåta, habían sido administradores políticos y empleados del Gobierno español, y que mi padre había venido a Guam como oficial de la Marina para ayudar a recons- truir Guam después de que Estados Unidos bombar- deara Hagåtña hasta hacerla añicos y destruyera nues- tra capital centenaria.
Ese era el legado que corría por mis venas. La forma más lógica de lidiar con esta realidad fue una verdadera experiencia «extracorpórea» en lo que respectaba a mi identidad. Por suerte, mientras crecía conté siempre con el respaldo de mi nåna y sus hermanas viudas, así que tenía un sólido pilar en el que apoyarme, solo que no lo sabía. Además, el discurso sobre la identidad como tal en la escuela o con la gente de mi edad era inexistente.
3 TULU. LAS MARIANAS HOY: PATRIMONIO E IDENTIDAD





















































































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