Page 227 - Perú indígena y virreinal
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el esplendor de la orfebrería CRISTINA ESTERAS MARTÍN
La abundancia de ricas minas de plata y de oro en América permitió, tanto en la época prehispánica como durante la etapa virreinal, que ambos materiales preciosos estuvieran muy presentes en la vida america- na, bien empleados como moneda, bien transformados en piezas y obje- tos para satisfacer las múltiples necesidades de su compleja y variada sociedad, tanto del mundo civil como del religioso.
Por su misma naturaleza y condiciones estos dos metales preciosos se caracterizan y sobresalen por su lustre, brillo, nobleza y resplandor, cuali- dades que los definen de entrada como «espléndidos» de manera que siempre que un ejemplar —religioso o profano— esté labrado en oro o en plata debe recibir tal calificativo. Sin embargo y para el caso concreto de la América hispana aludir al «el esplendor de la orfebrería» equivale a identi- ficarlo con la etapa del Barroco, porque la creencia generalizada lleva a pensar que sólo durante este período cronológico dicho arte alcanzó el desarrollo y la plenitud que merece tal calificativo. Pero nada es más incier- to, porque siendo una realidad tangible el que la orfebrería americana en general, y la peruana en particular, vivieron momentos de esplendor desde mediados del siglo XVII hasta alcanzar los años finales del siglo XVIII, no es menos cierto que tuvo asimismo un desarrollo extraordinario y continua- do durante el primer siglo de vida americano (desde mediados del XVI has- ta el promedio del XVII), donde los plateros españoles llegados desde la metrópoli se encargaron de transferir los gustos estéticos peninsulares y europeos que, sumados a la valiosa y consolidada experiencia de los indí- genas americanos en el trabajo de los metales preciosos hizo posible, en esta etapa y en posteriores centurias, el rotundo triunfo de este magnífico arte. Obras como la fuente renacentista de la iglesia de San Juan Bautista de Málaga o el cáliz manierista labrado con oro procedente de las minas de Carabaya (valle del Colca, Perú) obsequiado a la parroquia de Santa María de Mérida (Badajoz) —ambas piezas expuestas en esta muestra— po- drían, junto a otros muchos ejemplares conocidos e inéditos, avalar sobra- damente la importancia artística de este último período.
A partir de los años centrales del siglo XVII se fue tomando conciencia de «lo americano» y la estética de la producción orfebre toma un nuevo rumbo, aunque sin alejarse de los conceptos y gustos de la cultura domi- nante (española). A partir de estas fechas lo autóctono cobra fuerza apa- reciendo un nuevo temario ornamental donde no sólo se incorpora un vocabulario diferente —en el que estará presente la flora, la fauna y los ras- gos faciales del americano— sino que la lectura del conjunto se verá trans-
formada ante el planteamiento de una nueva sintaxis, en la que a la nove- dad de un temario americano se le superpone la original «reinterpreta- ción» de motivos manieristas de origen europeo, además de un nuevo concepto compositivo caracterizado por la densificación («horror al vacío») y volumen de los adornos. Tales características pueden admirarse en obras barrocas tan notables como el templete para el Corpus que man- dó labrar en 1731 el obispo Serrada con destino a la catedral del Cuzco, las imponentes custodias de los conventos cuzqueños de Santa Catalina y Santa Clara o el espléndido cáliz con su palia de oro y esmaltes de la igle- sia de Tarifa (Cádiz, España). El prestigio de estas platerías fue asimismo compartido por otros centros también ubicados en los Andes (Trujillo, Huaraz, Ayacucho y Arequipa) y en el Altiplano (Puno), sin olvidar a Lima que, por su rango de capital del virreinato, generó una importante produc- ción artística marcando las pautas de la moda a seguir en todo el amplio territorio virreinal.
Algunos ejemplos salidos de estos talleres en pleno barroco pueden contemplarse en esta exposición, desde el original depósito eucarístico en forma de pelícano perteneciente a la catedral de Arequipa, la arqueta de la parroquia de Peralta (Navarra), las sacras y el atril del pueblo Renedo de Cabuérniga (Cantabria) o los candeleros («mariolas») de la catedral de Se- villa, al conjunto de piezas profanas que cubren las necesidades en el ámbito del equipamiento de la casa y de sus necesidades —soperas, ban- dejas, chocolateras, cafeteras, sahumadores en plata fundida y calada o de filigrana—, así como todas aquellas que alcanzan costumbres sociales muy arraigadas como fue la ceremonia de tomar el mate —de ahí los calentadores de agua («pavas con hornillo») para cebarlo— o las que rodean al mundo del caballo y su monta —estribos para hombre y para mujer o las fustas («chicotes») para manejarlo.
Tanto en el mundo prehispánico como en el mundo virreinal la orfe- brería brilló siempre con resplandor propio gracias a las hábiles manos de sus gentes, que hicieron de los metales preciosos un «arte espléndido» porque estuvo dotado de singular excelencia. Pero fue durante la etapa his- pánica cuando la platería alcanzó su cenit, pues reflejó los deseos de una sociedad que hizo de la calle, el templo y la casa, su fiel espejo, el escapa- rate adecuado donde mostrar un modo de vida «refulgente y espléndido» en el que las piezas de oro y plata no sólo fueron símbolos de poder y dis- tinción, sino objetos útiles y con un valor intrínseco que, además, los lle- varía a la tesaurización.
[ 234 ] CATÁLOGO. PERÍODO VIRREINAL