Page 211 - Perú indígena y virreinal
P. 211
iconografía y religiosidad VÍCTOR MÍNGUEZ
Las imágenes religiosas desempeñaron un papel de gran relevancia en el proceso evangelizador americano, sirviendo a los frailes que cristianizaron a los indios como un elemento auxiliar de su predicación. Franciscanos y jesui- tas adoctrinaron a los indígenas peruanos repartiéndoles estampas, pinturas y esculturas. Sin embargo, la devoción que promovían dichas imágenes no estaba exenta de peligros, como la idolatría y la superstición. Las primeras imágenes de culto fueron, por supuesto, representaciones veneradas de Cris- to y María, encontrándose por doquier. La devoción mariana fue especial- mente importante en el virreinato del Perú. La Virgen María —que engloba los cultos andinos a la Pachamama y al Apu— es titular de numerosas parro- quias, templos, conventos y capillas, algunos levantados sobre antiguos san- tuarios prehispánicos. En muchas de las imágenes cristológicas y marianas apreciamos elementos sincréticos. Así por ejemplo, los Niños Jesús cusque- ños fueron adornados hasta 1675 con símbolos propios del Inca, las vírgenes niña hilanderas son representadas quizá como ñustas imperiales incaicas, y la Virgen de Pomata representa a la Candelaria con tocado de plumas nativo.
En Perú, como en México, se propagan leyendas sobre evangelizacio- nes remotas, previas a 1492. Felipe Guamán Poma de Ayala afirma en 1613 que San Bartolomé había viajado a Perú durante el reinado del segundo Inca Cinchi Roca para bautizar algunos indios. También son tempranas las supuestas apariciones celestiales en tierras peruanas: en 1535-1536, y durante el asedio que sufrieron los españoles de Cuzco por parte de incas rebeldes, se aparecieron sucesivamente la Virgen y el apóstol Santiago faci- litando la victoria de los primeros. Se trató en este caso de un culto pro- movido indudablemente por las autoridades españolas para frenar las fre- cuentes rebeliones y los brotes de idolatría en la antigua capital inca.
Las imágenes de culto peruanas no se limitaron por tanto a ser una répli- ca de los modelos europeos. Algunas de ellas se adaptaron incluso a las pro- blemáticas específicas del continente americano. Es el caso de la estatua del Crucificado realizada en madera y maguey, venerada en la catedral de Cuzco desde finales del siglo XVI, y conocida a partir de 1650 como «El señor de los Temblores», pues el gran terremoto de ese año concluyó según la tradición cuando la imagen fue paseada en procesión. Pinturas y estampas divulgarán su iconografía y su culto por todo el virreinato. Con algunas variaciones se representa en ellas el Cristo sobre fondo negro entre cirios y ramos de flores locales, tal como preside su altar la imagen original.
Otra peculiaridad iconográfica virreinal es la presencia de imágenes prohi- bidas en Europa a partir del Concilio de Trento —decreto sobre el culto y vene- ración debidos a las imágenes sagradas del 4 de diciembre de 1563—, como
las trinidades trifaciales o isomórficas. Las primeras muestran a un dios cris- tiano con tres cabezas idénticas; las segundas a las tres personas de la Trini- dad como tres figuras humanas semejantes. Unas y otras tenían una inten- ción profundamente didáctica: poner de relieve la equivalencia del Padre, del Hijo y del Espíritu. Su pervivencia en América pese a las prohibiciones roma- nas puede explicarse como una estrategia para explicar pedagógicamente a los indios uno de los misterios más complejos de la fe cristiana, a la vez que evitar recaer en los cultos politeístas prehispánicos. Otro ejemplo interesante de heterodoxia andina son los ángeles arcabuceros. La devoción a los siete arcángeles, censurada en Europa, se materializó en la región andina a través de su representación como oficiales de las milicias celestiales armados de mosquetes. Pudieron ser una representación del poder militar español, pero también un producto del sincretismo cultural impulsado por los misioneros que reemplazó los cultos cosmológicos andinos por el de los arcángeles.
Además y como es lógico, fue especialmente importante en Perú el cul- to a los santos propios del Nuevo Mundo. Hacia ellos se volcó la devoción criolla, una vez eran beatificados o canonizados en Roma. Destacaron Tori- bio de Mogrovejo, Luis Beltrán y Francisco Solano, y sobre todos, dos san- tos limeños y dominicos: Rosa de Lima y Martín de Porres. Santa Rosa de Lima —primera americana canonizada— fue retratada post mortem por Angelino Medoro, cuyo boceto se convirtió en el modelo iconográfico. Cle- mente X la canonizó en 1671, proclamándola patrona de toda la América hispana y por lo tanto baluarte de la fe en el Nuevo Mundo. Su represen- tación junto al monarca Carlos II defendiendo conjuntamente el dogma eucarístico ha de interpretarse en este sentido. San Martín de Porres no fue canonizado hasta el siglo XX. Tal vez por eso su imagen fue menos repre- sentada que la de santa Rosa.
Pero el sincretismo religioso y los cultos locales no supusieron que el virreinato del Perú fuera ajeno a los lenguajes simbólicos que triunfaban en Europa como la emblemática o la alegoría. Su alto contenido intelectual los hizo propicios para el arte festivo y también como decoración de los grandes conjuntos monásticos. Es el caso por ejemplo de las pinturas emblemáticas que decoran el claustro de los Naranjos del impresionante monasterio de monjas dominicas de Arequipa, basadas en los grabados del Pia Desideria del jesuita belga Hermann Hugo (1624), uno de los libros más importantes de la Contrarreforma, centrado en las vías de la perfección mística. O tam- bién de las pinturas murales de la celda del padre Francisco de Salamanca en el convento de la Merced de Cuzco, inspiradas en los emblemas cristia- nos editados por Diego Suárez de Figueroa en Camino del Cielo (1738).
[ 218 ] CATÁLOGO. PERÍODO VIRREINAL