Page 147 - Perú indígena y virreinal
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las épocas legendarias [500 -1450 d. C.] CRISTINA VIDAL LORENZO
Las artes legendarias del antiguo Perú pertenecen a un dilatado espacio temporal que comprende dos períodos. El primero estuvo dominado por la rápida expansión de Wari y Tiwanaku en gran parte del área andina, des- plazando el control sociopolítico que hasta entonces habían ejercido las culturas mochica y nasca, mientras que el segundo, a partir del año 1000, se caracterizó por la formación de pequeños estados regionales o reinos que, desde el punto de vista artístico, alcanzaron una gran notoriedad. Nos referimos a las culturas costeras lambayeque, chimú y chancay.
El corazón de la cultura wari se encuentra en las laderas orientales del valle de Ayacucho, a casi 3.000 metros de altura. En ese entorno de clima seco y tierras muy poco aptas para la agricultura, sus habitantes fundaron Wari, una ciudad que con el correr de los años habría de con- vertirse en la capital de uno de los primeros estados del área andina con un gobierno centralizado. A juzgar por los vestigios arqueológicos y las fuentes literarias de época colonial, era una ciudad espaciosa, con gran- des recintos amurallados o «barrios», que albergaron distintas activi- dades o funciones; una concepción urbanística que fue adoptada por algunos de los centros sometidos por el estado wari y, más adelante, trasladada a otras culturas.
El Ushpa Qoto fue, presumiblemente, el barrio de los alfareros, cuya producción incluye una gran variedad tipológica e iconográfica, fruto de la influencia de tradiciones culturales de la costa sur (Nasca) y de la cuenca del Titicaca (Tiwanaku) con las propias o locales (Huarpa).
Entre las cerámicas más representativas destacan los recipientes escul- tóricos que reproducen formas animales (especialmente llamas, un animal muy habitual en los pastizales del entorno de Ayacucho), con golletes en for- ma de vaso con decoración policroma, así como los cántaros antropomorfos. De éstos, los más llamativos proceden del sitio de Pacheco, en la costa sur, entre los que encontramos personajes con el rostro y las manos modeladas, mientras que el resto del cuerpo está pintado con motivos geométricos.
Dado que la expansión del estado wari fue posible gracias al empleo de la fuerza militar, capaz de conquistar otros territorios de los Andes centra- les en busca de excedentes necesarios para satisfacer las necesidades de una población cada vez más pujante, no es de extrañar que en su reperto- rio cerámico encontremos vasijas de vivos colores que a su vez represen- tan ejércitos organizados.
Otras formas habituales son las vasijas comunicantes, de las que exis- te una variada tipología, así como los recipientes troncocónicos de base plana y labios evertidos, con representaciones de la misma divinidad que
fue esculpida en la Puerta del Sol de Tiwanaku, con atributos felinos en su rostro y sujetando báculos en sendas manos.
La iconografía textil wari también está muy inspirada en los relieves de dicha portada monumental, que con el correr de los años desembo- có en diseños estilizados de figuras portando báculos. Asimismo, en sus vistosos tapices son habituales las decoraciones con figuras geométricas de felinos y aves estilizadas, así como la incorporación de plumas, for- mando rectángulos de llamativos colores (amarillos y azules, sobre todo). Dichas prendas no siempre estaban destinadas al vestido sino que también con ellas cubrían los muros de sus espaciosos y solemnes recintos ceremoniales.
La cultura lambayeque, también conocida como cultura sicán, se desa- rrolló en el valle del mismo nombre tras el desvanecimiento de la cultura mochica, hasta que en las postrimerías del siglo XIV fue conquistada por el reino chimú. Sus manifestaciones artísticas constituyen un claro reflejo de la fusión de las ideologías mochica y wari, destacando principalmente en el arte de la metalurgia y la cerámica. Así, al igual que los antiguos mochi- cas, fueron excelentes trabajadores del metal, sobre todo en la preparación de láminas repujadas, generalmente de tumbaga (aleación de oro y cobre), con las que fabricaban hermosos objetos y prendas de vestir cuyo uso esta- ba restringido a la elite dirigente.
En cuanto a la cerámica, la forma preferida fue la botella de cuerpo glo- bular, base troncocónica y cuello largo o dos cuellos divergentes unidos mediante un asa en forma de puente, así como otras originales formas compuestas. Fueron elaboradas mediante la técnica del molde doble de terracota, y en ellas prevalece la monocromía del negro frente a la brillante policromía del estilo wari. En ocasiones portan representaciones del legen- dario Ñaymlap, en posición hierática y con tocado en forma de media luna.
El estilo cerámico lambayeque influyó notablemente en el chimú, entre cuyas producciones encontramos vasijas escultóricas monocromas de un plúmbeo color negro, si bien más adelante, por influencia de los incas, pro- liferaron las de color rojo sobre crema. Entre ellas sobresalen las modela- das con figuras de seres entrañables y asa de tipo estribo: animales en acti- tudes íntimas, personajes cargando llamas u otros objetos a sus espaldas, así como formas vegetales, algunas de ellas humanizadas.
La metalurgia chimú también es excepcional. Los orfebres manejaron todas las técnicas de la orfebrería y emplearon el método de la cera perdi- da con el que fabricaron delicadas esculturas de oro y de plata. De sus manos salieron, además, soberbias vajillas para uso ceremonial y otros
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