Page 330 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
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carácter y temperamento no le ayudaban a superar los grandes obstáculos con los que había de enfrentarse. Era hosco y distante, quizás acomplejado por ser macrocéfalo y poco agraciado (se referían a él con desprecio como “el verrugas”), no generaba empatía en las distancias cortas. En cualquier caso, despertó una animadversión incomprensible entre sus adversarios más radicales, como fue el caso de Luis Araquistáin, que, contrariado por la elección de Azaña como presidente de la República, exclamó: “Mejor. Así caerá desde más alto”.
Al margen de las distintas posiciones políticas que puedan enfrentar a unos políticos con otros, es indudable que Azaña no conseguía provocar la em- patía imprescindible entre sus correligionarios y aliados potenciales para constituir una coalición política fuerte, coherente y estable. Incluso él era consciente de eso. Su propia inteligencia lo había puesto de manifiesto en su célebre conferencia Grandezas y miserias de la política, pronunciada en la sociedad El Sitio de Bilbao, el 21 de abril de 1934, donde dijo que la polí- tica: “es la aplicación más amplia, más profunda, más formal y completa de las capacidades de un espíritu, donde juegan más las dotes del ser humano, y donde no juegan solo cualidades del entendimiento, sino, además, estaba por decir que, principalmente, cualidades del carácter”. Y el carácter de Azaña no era precisamente el del político profesional capaz de blindarse ante las injurias y trazarse un plan dispuesto a seguirlo contra viento y marea. Él mismo se reconocía como asceta, pero también tener “la soberbia del diablo”, condición que inevitablemente produce rechazo. “No me im- porta que un político no sepa hablar, lo que me preocupa es que no sepa de lo que habla”, una actitud que no facilita el acercamiento personal que la práctica política exige a diario. Ciertamente, no abundaban los prohom- bres republicanos de su inteligencia, cultura y honestidad, pero ya el viejo y sabio Maquiavelo había dejado establecido que la fuerza y la astucia, y no la honradez o la ética, eran las claves del éxito para la conquista y conser- vación del poder.
En las filas socialistas apenas Indalecio Prieto podía haberle prestado un apoyo político que, estando en minoría en su propio partido, dominado por el sector caballerista, no pudo ofrecerle como era su deseo y también el de Azaña, que era plenamente consciente de que una firme alianza con el PSOE era determinante para la consolidación del proyecto republicano.
¿Cómo podría haber triunfado en tales circunstancias? Para llevar adelante su proyecto, hubiera necesitado unos partidos republicanos más fuertes y mejor cohesionados o bien haber sido más firme y decidido, o bien haberse garantizado la lealtad de otras fuerzas que resultaron insuficientes y además estaban profundamente divididas. A Azaña le faltó, como se dice ahora, “cintura política”. Demasiado firme y honesto, identificaba muchas veces la necesidad de pactos políticos con componendas, deshonestidades y pasteleos de la política que él repudiaba: “Política tabernaria, incompetente, de ami-
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