Page 325 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
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decenio de 1930-1940, creemos que podríamos dividirla en dos: la prime- ra, desde la proclamación de la República (14 de abril de 1931) hasta su acceso a la jefatura del Estado (11 de mayo de 1936) y, más determinante- mente, hasta el pronunciamiento militar (17-20 de julio de 1936); y, la segunda, a partir del mismo momento en que percibió que no era una asonada militar más o menos localizada y el país se veía ahora arrojado por la pendiente de la guerra pese a los denodados esfuerzos de Azaña por impedirla a toda costa hasta su muerte en el exilio francés en Montauban (3 de noviembre de 1940).
Azaña se hunde psicológicamente en esas fechas y de ahí nuestro intento de resaltar en estas páginas una vez más la decisiva importancia, a nuestro juicio, del “factor humano” en la historia. Marx señaló que los hombres actúan en circunstancias que les son dadas y que no las eligen libremente ellos mismos, y, por tanto, su autonomía y capacidad de actuación siem- pre se verán lastradas por tales condicionamientos. Azaña no solo no pudo elegir las suyas, sino que al final de su carrera política creyó que le fueron impuestas con especial desdoro a su persona y al cargo que repre- sentaba, como llegó a decir, afirmando que se sentía prisionero de su propio Gobierno.
Muchas eran las cosas que le desagradaban a Azaña de la política española de su tiempo. Él era un intelectual brillante, liberal y burgués de exquisita educación, y de entre todas ellas la violencia le producía una repugnancia visceral. Ya en vísperas de la fiesta nacional, el 13 de abril de 1936, insistió en una idea recurrente que le obsesionaba: “Es conforme a nuestros senti- mientos más íntimos el desear que haya sonado la hora en que los españo- les dejen de fusilarse los unos a los otros”. Repetía que no había aceptado la alta responsabilidad de gobernar para “presidir una guerra civil”, sino más bien con la intención de evitarla. Ya completamente descompuesto ante el golpe de Estado, exclamó: “¡Ya estamos listos para que nos fusilen!”. Y cuando se produce el asalto a la cárcel Modelo (22 de agosto de 1936) y el asesinato de una treintena de presos, habiéndose producido el primer bombardeo de los rebeldes en los barrios populares de Madrid y llegado a la capital la noticia de las ejecuciones masivas llevadas a cabo en Badajoz por las tropas de Yagüe, le dirá a su cuñado Cipriano de Rivas: “¡Esto no, esto no! [Y llevándose las manos al cuello violentamente]: Me asquea la sangre, estoy hasta aquí; nos ahogará a todos”.
Ciertamente el Azaña de la Guerra Civil fue ya otro Azaña. Conviene tener siempre muy presente esta cesura psicológica, aunque desde el momento en que asumió la presidencia del Gobierno actuaba con decisión y energía, inmediatamente a continuación daba muestras de abandonismo y manifes- taba sus deseos de dejar la política. Paradójicamente, creía estar mejor do- tado para ella que para la literatura, como puede rastrearse en sus Diarios pese a afirmar que nada le proporcionaría mayor placer que dedicarse a leer
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