Page 316 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
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den mostrar un prurito de originalidad sin cuestionar nunca la pregunta. A este respecto, cuando Ortega y Gasset dice que la España de su tiempo “es, más bien que un pueblo, la polvareda que queda cuando por la gran ruta histórica ha pasado galopando un gran pueblo”, y achaca esta peculiar situación a una “embriogénesis defectuosa” provocada por la “caquexia del feudalismo”, lo que importa no es si está diciendo algo que no se hubiera dicho con anterioridad: a fin de cuentas, y pese al rebuscado arsenal retóri- co del que hace gala en su prosa, Ortega se limita a renovar las metáforas para responder a la pregunta nacionalista de qué es España, no a servirse de la filosofía para hacer lo propio con la pregunta liberal de cómo debe ser gobernada. El matiz es decisivo, puesto que señalaría que, en contra de lo que se sigue afirmando en la actualidad, la genealogía del liberalismo espa- ñol no pasa por su obra ni por ninguna tercera España que solo existe presuponiendo la falaz existencia de las otras dos, establecidas por el mito. Antes por el contrario, Ortega y otros autores que, como Gregorio Mara- ñón, parecen haberse alzado con el monopolio del liberalismo después de la Guerra Civil, encarnan la posición que denunciaba José María Blanco White al decir que, en España, se confunde la cultura con una jerigonza. Responder a la pregunta de qué es España con la jerigonza de embriogéne- sis y caquexias, de minorías egregias y mayorías gárrulas, de europeizaciones y redenciones, de invertebraciones y conllevancias, de épocas kitra y épocas kali, no perfila ningún liberalismo ni identifica a los liberales, ni en España ni en ningún otro lugar. Los liberales se encuentran, por el contrario, entre quienes, como Azaña, no cedieron en ningún momento a la tentación de preguntarse qué es España ni, menos aún, a buscar en ningún mito expli- cación ni justificación para la tragedia.
Obligado a responder en plena guerra a la pregunta de cómo debía ser gobernada, le embargó la duda de “si los combatientes que defienden la libertad”, los combatientes que militaban en las filas de la República y no en las de la revolución, comprenderían “que se han batido por la libertad de todos, incluso la de sus actuales enemigos”. Al colocar la libertad en el centro de todas las preocupaciones, tanto en la paz como en la guerra, Azaña decía una vez más que la cancelación del mito de las dos Españas no se alcanzaría ofreciendo a los españoles una definición de la nación a partir de las glorias del imperio, sino construyendo un Estado donde dirimir los conflictos a través de los dos únicos instrumentos que reconoce el pensa- miento liberal: las razones y los votos.
el fuste torcido del liberalismo español 315
































































































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