Page 269 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
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¿Qué había sucedido? Algo que Azaña no previó cuando buscó de buena fe soluciones políticas: la deslealtad institucional que es consustancial a los movimientos independentistas para los que el fin justifica los medios. Aza- ña era español hasta el tuétano: “[España] es, sin duda, la entidad más cuantiosa de mi vida moral, capítulo predominante de mi educación esté- tica, ilación con el pasado, proyección sobre el futuro [...]. Me siento vivir en ella, expresado por ella y, si puedo decirlo así, indiviso”.
La conclusión a la que lleva esta evolución de Azaña, objetivamente provo- cada por unos hechos que están ahí, graves e inocultables, es desoladora; tanto, que parece como si llevara razón Ortega cuando decía que no hay otra salida para el problema catalán que la conllevancia. Sea como fuere, la guerra siguió. En septiembre de 1937, el ejército republicano llamó a filas a la quinta del 38. En octubre del mismo año fue movilizada la del 39; en marzo de 1938, la del 40 –la quinta del biberón–; y, un mes después, la del 41 –jóvenes de 17 y 18 años–. A comienzos de 1938 se procedió a una reorganización del ejército popular. Todo con vistas a llevar a cabo una gran operación en la que, tras atravesar el río Ebro de noche, las tropas republicanas acometerían al cuerpo de ejército marroquí al mando del ge- neral Yagüe y se dirigirían, tras dividirse, unas a Pobla de Massaluca y Vi- lalba dels Arcs, y otras a Corbera d’Ebre y Gandesa. La operación comenzó a primera hora del 25 de julio y sorprendió al enemigo. El éxito inicial fue claro. La batalla del Ebro había comenzado. La Fatarella, Camposines y Miravet quedaron ligadas a ella para siempre. Cuando terminó, en noviem- bre, todo estaba decidido.
El verano de 1938, mientras en el Ebro se libraba esta batalla, la más dura de la Guerra Civil, el 11 de agosto estalló una crisis en el seno del Gobier- no republicano, que provocó la dimisión de Jaume Ayguadé, ministro de Trabajo –de Esquerra Republicana de Catalunya–, en protesta por la deci- sión del Gobierno de recuperar el control sobre las industrias de guerra de Cataluña, lo que, según su criterio, invadía las competencias de la Genera- litat. Manuel de Irujo, ministro sin cartera –del PNV–, se solidarizó con Ayguadé. El día 16, el presidente del Gobierno resolvió la crisis. Todo había comenzado un año antes, cuando Juan Negrín tomó posesión de la presi- dencia del Gobierno. El 31 de mayo de 1937 visitó al presidente de la República –Manuel Azaña– para presentarle el nuevo Gobierno. Y el mis- mo Azaña cuenta –en su anotación correspondiente a dicho día en el Cua- derno de la Pobleta– cómo, pese a ser un momento crítico de la Guerra Civil (desmoronamiento del frente del norte)– dio a ese gobierno, sorpren- dentemente, una única y explícita consigna: que el Estado debía recuperar los poderes que le reservaban la Constitución y las leyes en Cataluña, y poner coto a los excesos y desmanes manifiestos de los órganos autonómi- cos. García de Enterría destaca cómo Azaña, que había sido el autor casi a título personal del régimen autonómico de Cataluña, se encontró luego con que las autoridades autonómicas catalanas utilizaron la tragedia de la
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