Page 255 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
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El desmontaje de la idea nacional heredada comenzó a completarse ese mismo año, cuando Azaña viajó a París para disfrutar de una beca de la Junta de Ampliación de Estudios en estancia de once meses. El contraste de la capital francesa con el Madrid postdesastre fertilizó las ideas ya apun- tadas y las dotó de una nueva dimensión: la cultura como vehículo dina- mizador –a la vez perpetuador y renovador– de la patria real y viva, no la conservada inerte en bibliotecas, museos y sacristías12. El estudio del pro- ceso de construcción nacional llevado a cabo desde el momento de la Revolución y culminado en la constitución de la Tercera República fran- cesa le permitió valorar con una perspectiva nueva “las cosas de España” (como tituló algunos artículos desde París). De ese modo, finalizó el pro- ceso de crítica y desmontaje del nacionalismo español decimonónico, sin ser muy consciente de que en realidad estaba aceptando los principios esenciales del nacionalismo de Renan y Taine, que posteriormente adap- tó a la realidad española. Así, llegó a afirmar que “la patria no es un Dios, ni un rey, ni un culto, ni una clase o corporación, sino una cultura”13; al contrario, “[La patria] es la asociación de hombres libres que viven bajo su ley, hecha por ellos, que vive de la garantía y la defensa de nuestros derechos”14.
Esta concepción fue mantenida y desarrollada a lo largo de década y media, ya participando de forma directa en la vida política nacional desde posicio- nes del reformismo democrático, ya ocupando una posición más notable dentro de la intelligentsia española. A lo largo de este periodo Azaña realiza una crítica implacable contra lo que llega a denominar el “españolismo de tizona y herreruelo”, ridiculiza el anacronismo interesado de atribuir razo- nes patrióticas a la Reconquista o la construcción del imperio de los Aus- tria, determina el origen moderno de la idea nacional (“la patria es moder- na; supone la igualdad de los ciudadanos ante la ley; es democrática”) y sienta las bases de un constructo nacional que, sin llegar a ser “un entusias- mo que desemboca en un código dogmático y normativo”, se convierta en una razón y un sentimiento insertos en una cultura y una tradición, pero en permanente cambio adaptativo a los tiempos y, sobre todo, sujetos a la libre resolución de la ciudadanía15.
La República como plasmación institucional de la nación
La concepción nacional de Azaña hasta finales de los años veinte fue fun- damentalmente un ejercicio intelectual de definición de identidad. Los intentos de transformar ese ejercicio en un programa político y una acción de gobierno no se produjeron hasta 1930, y comenzaron a dar sus frutos con el cambio de régimen del siguiente año. Azaña había mostrado interés político al menos desde tres décadas antes y voluntad de actividad política al menos desde su regreso de París y su afiliación, primero, a la Liga para la Educación Política Española promovida por Ortega y Gasset, e inmediata- mente después, al Partido Reformista recién fundado por Melquíades Ál-
12 Azaña, Manuel, “El prestigio de las piedras negras” (1911), en Obras completas, op. cit., vol. 1, p. 177.
13 Azaña, Manuel, “Desde París. Las cosas de España” (1912), en Obras completas, op. cit., vol. 7, pp. 238- 239.
14 Azaña, Manuel, “Manuscrito de un discurso” (1918), Obras completas, op. cit., vol. 1, p. 382.
15 Azaña, Manuel, “Un gran anacro- nismo: el patriotismo de la Edad media” y “Los motivos de la germa- nofilia”, en Obras completas, op. cit., vol. 1, p. 330, y vol. 7, p. 324.
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