Page 229 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
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contaba con la autorización de la policía y del Servicio de Información del Ejército (el famoso Deuxième Bureau) y estaba a las órdenes de un comi- sario francés jubilado que recibía, trimestralmente, 7.500 francos. No hay que insistir en la modestia de tales medios, que se redujeron de manera drástica durante el bienio radical-cedista y que obligó a prescindir de la ayuda del comisario.
Fue Mata, por ejemplo, quien llamó la atención de las autoridades en Ma- drid (a través del embajador o del encargado de Negocios) de los contactos con la Italia fascista e incluso de los desplazamientos a Roma del líder monárquico José Calvo Sotelo cuando todavía estaba en el exilio. Lo que no se sabe hasta ahora es qué recepción tuvieron sus informes en Madrid, bien en el Ministerio de Estado o en el de la Gobernación (Subsecretaría y Dirección General de Seguridad). No hemos encontrado prueba documen- tal de que llegaran a conocimiento del ministro. En puridad, tampoco se trataba de una novedad. Hasta el propio general Emilio Mola y su antece- sor el general Pedro Bazán habían dispuesto de redes de informadores en París para seguir la pista a los enemigos de la monarquía.
La República no montó un equivalente del MI6 británico. Tampoco lo necesitaba, pero, en cualquier caso, el conocimiento de que los monárqui- cos no la querían demasiado bien estaba firmemente asentado en los círcu- los decisionales madrileños, por lo menos durante el primer bienio. Mi impresión es, por lo que valga, que los dirigentes republicanos no prestaban demasiada atención a tales manejos. Bastante tenían con la necesidad de mantener el orden público y, en particular, sofocar las esporádicas algaradas anarquistas que, como señalaron separadamente el embajador británico y el francés8 en más de una ocasión, paralizaban la vida normal del país has- ta que se las resolvía de una manera u otra, en general de forma contunden- te. ¿Podría Azaña conocer que los informes de ambos diplomáticos eran, con frecuencia, muy positivos respecto a su obra de gobierno?
Para los monárquicos, la situación se presentaba de forma diferente. En primer lugar, sus cuadros directivos estaban en parte exiliados, generalmen- te en Francia, donde tenían múltiples ocasiones de entrar en contacto con círculos políticos, periodísticos e intelectuales poderosos, que por razones ideológicas, de política interna o simplemente económicas, no tenían la menor simpatía hacia las reformas republicanas. En el opúsculo objeto de este análisis se observa fácilmente con su reiteración hacia una doble cruz contra la República: su tendencia “socializante” y “expropiadora” y la burda mentira de su supuesta orientación hacia el contramodelo soviético. En segundo lugar, porque en los primeros años de andadura republicana no tenían nada que perder al tratar de deslegitimar al nuevo régimen, sobre todo cuando no daban la cara. Finalmente, porque contaban con la inapre- ciable ayuda del último embajador de la monarquía, José María Quiñones de León. Era posiblemente el embajador más afrancesado, incluso el más
8 Viñas, Ángel, La conspiración del ge- neral Franco y otras revelaciones acer- ca de una guerra civil desfigurada, Barcelona, Crítica, 2012, p. 227, y Denéchère, Yves, La politique es- pagnole de la France. De 1931 à 1936. Une pratique française de rap- ports inégaux, París, L’Harmattan, 1999, p. 59, respectivamente.
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