Page 172 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
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crónicas de Azaña en este periodo nos permite seguir muy de cerca hitos del tema que nos ocupa, cuyo calibre ha marcado el siglo xx, como es el caso de los Ballets Rusos de Diáguilev. Para relacionar el vínculo de este acontecimiento con la melomanía azañista, tenemos que señalar dos hechos que tienen a Manuel de Falla como protagonista. El primero, es la estancia de este en París, por el consejo de Joaquín Turina y la profunda admiración hacia Isaac Albéniz. El maestro granadino tiene ocasión de estudiar, entre 1907 y 1914, con Claude Debussy o con Paul Dukas. Tras el homenaje que el Ateneo de Madrid rinde a Turina y Falla, en 1915, tengamos presente, como corresponde, a Manuel Azaña. En ese mismo año, los Ballets Rusos llegan a España. Las fotografías, las crónicas, las memorias del periodo nos hablan de la revolución que trajeron consigo. Recordemos a Ortega escri- biendo que toda una generación le debía las únicas horas de pleno goce estético que le habían sido concedidas. Al albur de los Ballets Rusos, diri- gidos por el empresario Serguéi (Serge) Diáguilev, surgen en nuestro país iniciativas de envergadura excepcional, como la que pusieron en marcha Gregorio Martínez Sierra y María Lejárraga, a través de quienes se estrena- rá en 1917 la pantomima con música de Falla El corregidor y la molinera. Espacios de experimentación, laboratorios de aprendizaje de las nuevas co- rrientes escénicas europeas, que se mostraban en España y daban a las artes escénicas, del teatro a la música o la danza, una dimensión insospechada. Colaboración entre la creación musical, la pintura, la danza, la poesía... O los intentos de armar, a la manera de los Ballets Rusos, una compañía es- pañola donde aunar la riquísima tradición cultural con la vanguardia, don- de lo popular se llevase a la altura merecida de lo académico, de lo culto, como inspiración y como responsabilidad social artística. Manuel Azaña estaba ahí, en ese centro, como ciudadano culto, como gestor e instigador cultural y como creador.
Los Ballets Rusos hacen un viaje-gira por España en ese mismo 1917, y Diáguilev convence a Falla para que la novela de Pedro Antonio de Alarcón, en la que se había inspirado la pantomima citada, se convierta en un ballet señero del repertorio de los Ballets Rusos. Así, en julio de 1919, con deco- rados y figurinismo de Pablo Picasso, y protagonizada por Léonide Massine y Tamara Karsávina, se estrena El sombrero de tres picos en el Alhambra Theatre de Londres. Su paso por París tiene a Manuel Azaña como espec- tador de excepción, como lo había tenido el concierto de vísperas de Navi- dad en la catedral de Notre Dame. Ahora, ese diálogo entre una nueva manera de entender lo popular, la tradición y la vanguardia removerá con- ciencias de esa Europa anquilosada, en la que Azaña y Rivas Cherif, Enri- que de Mesa, el universo de Falla, Lorca, Martínez Sierra, Lejárraga, cada uno cumpliendo el papel que la historia les asigna o que ellos eligen en el gran espectáculo de la historia, se ocuparán de que también las remueva en España sin complejos, con eficacia, con rigor y profundidad para que que, al tiempo, España pueda aportar su grandeza cultural al mundo que espe- raba su entrada.
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