Page 225 - El Capitán Trueno. Tras los pasos del héroe
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FIGURAS LLENAS DE VIDA FERNANDO RODIL
En noviembre de 1982 Fernando Rodil, uno de los principales coleccionistas e investigadores del cómic de nuestro país, acompañado de Jaime Marzal Canós, pintor, ilustrador y dibujante de cómics, visitaron a Miguel Ambrosio Zaragoza, Ambrós, mítico primer dibujante de El Capitán Trueno, en su domicilio en Barcelona. A continuación reproducimos lo esencial de aquella conversación.
Fernando Rodil (R): Estamos en el año 46. Después de la guerra, va a Valenciana con unos dibujos sin conocer a nadie...
Sí. Yo de pequeño solía leer el TBO. No sé si lo conocerán, pero me parece que se publica todavía. Entonces, lo único que había era el TBO y, como tenía afición al dibujo, pues lo compraba casi todas las semanas. Y cuando me encontré que no sabía por donde tirar me dije: «Lo único que puedo hacer es dibujar». E hice [sonríe] –mira si estaba yo enterado de cómo iba esto–, hice un cuadernito. ¿Ustedes recuerdan aquellos de El Guerrero del Antifaz? Pues hice un cuadernito, pero con un folio plegado y después cosido [risas]. Y el dueño de Valenciana, el señor Puerto, que fue el que me recibió, que no sé si lo conocerá, pues se echó a reír. El cuadernito era del tipo El Guerrero del Antifaz, pero con una historieta del Oeste que se me había ocurrido a mí. Y cuando lo vio con su portada y todo, se rio. Le dije: «Yo no tengo ni idea de cómo se hace esto. Eso sí, si le gusta el dibujo, pues adelante y si no...». Y él me dijo: «Me parece que tiene usted buenas condiciones, pero le falta soltura. De momento, no me interesa». Me dio a dibujar unas páginas de cómico. Hice tres o cuatro y cuando fui a entregar la última, pues me dijeron: «Mire, el dibujo no nos interesa, lo que nos gusta es el rotulado». O sea, las letras del rotulado. «Si quiere –continuó diciendo–, tenemos trabajo para usted de rotulista». Yo en aquel momento estaba bastante apurado y buscaba una salida. Pero lo que quería era dibujar, así que les contesté que no, que si no era para dibujar, que no. Y entonces es cuando compré unos cuantos tebeos de esos que había en los quioscos y mirando, mirando, vi que casi todos eran de Barcelona y me vine acá, a Barcelona.
Tuve toda la suerte del mundo: porque ahora pienso cómo me vine yo aquí y se me ponen los pelos de punta... Porque he visto cómo se abren paso los chavales, los dibujantes que empiezan. Aunque yo entonces no era ningún chaval. Tenía treinta y tres años ya. Cuando llegué, me encontré con las dificultades naturales. Y al final fui a caer en manos de unos que había en la calle Barberá. Se llamaban Bergis Mundial y, aunque era una distribuidora, también editaban. Me los habían re- comendado en una imprenta que había visto en un cuadernillo de aquellos que compré, y que ya no editaban, ya era una imprenta nada más. Entonces me dijeron: «Mire, usted es un novel, pásese por Bergis Mundial, que allí dan facilidades». ¡Y claro que daban facilidades, si no pagaban a nadie!






























































































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