Page 108 - Eduardo Mendoza y la ciudad de los prodigios
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También pasaban cosas de risa, como ésta: con el deshielo llegó caminando por la playa una tribu de gitanos. Las mujeres de los obreros salieron a la puerta de las chabolas y bloquearon la entrada, porque existía la creencia de que las gitanas robaban niños de teta y se los llevaban consigo. En realidad esta tribu sólo pretendía ganarse el sustento reparando cacerolas, esquilando perros, echando la buenaventura y haciendo bailar un oso. A los obreros, que no tenían perros de lanas ni utensilios de cocina ni ganas de co- nocer lo que les tenía reservado el futuro, lo único que les hacía gracia era ver bailar al oso. De tal modo que la Guardia Civil hubo de intervenir para expulsar a los gitanos, que se habían instalado en la Plaza de Armas y hacían retumbar las panderetas. El oficial de la Guardia Civil, ascendido a raíz del incidente del Palacio de Bellas Artes, se encaró con el gitano que parecía mandar y le conminó a que se fueran todos de allí al instante. El gitano replicó que no hacían mal a nadie. Yo contigo no discuto, dijo el oficial; sólo te digo esto: ahora me voy a mear. Si cuando vuelvo aún estáis aquí, al oso lo fusilo, a los hombres os mando a trabajos forzados y a las mujeres les corto el pelo al rape. Tú sabrás lo que os conviene. Oso y gitanos desaparecieron como por ensalmo.
La ciudad de los prodigios
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