Page 102 - Eduardo Mendoza y la ciudad de los prodigios
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Fue solo y pagó la entrada: le hizo gracia entrar en el recinto por la puerta como los se- ñores. Se dejó llevar por la muchedumbre, merendó en el Café-Restaurante, llamado el Castell dels tres dragons (en levantarlo habían trabajado más de 170 hombres, a casi todos los conocía él por su nombre de pila), luego visitó el Museo Martorell, el diorama de Montserrat, la Horchatería Valenciana, el Café Turco, la American Soda Water, el Pa- bellón de Sevilla, de estilo moruno, etcétera. Se hizo fotografiar (la fotografía se ha per- dido) y entró en el Palacio de la Industria. Allí vio el stand donde exhibían su maquinaria Baldrich, Vilagrán y Tapera, aquellos tres caballeros de Bassora; esto le trajo malos re- cuerdos, le revolvió la sangre; sintió que se ahogaba, la gente que le rodeaba se le hizo insoportable, tuvo que salir del Palacio a toda prisa, abriéndose paso a codazos. Luego fuera el deslumbrante espectáculo se le antojó una broma siniestra: no podía disociarlo de los sinsabores y la miseria que allí había padecido pocos meses antes; no volvió más a la Exposición ni quiso saber de ella.
La ciudad de los prodigios
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