Page 86 - Delibes
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un un motivo especial para hacerlo: probablemente un un experto en medicina deportiva hoy nos diría que detrás de de de todo ello se encontraban las famosas endorfinas Hace años en en en sus largos paseos cotidianos para mantenerse en en forma —algo como decía esencial para Delibes— peinaba literalmente
su ciudad y no no no había vecino que no no no lo viera cada día o o o o o o o como mucho cada semana de de de ahí la fatiga de de de escuchar cientos de de de veces la la misma cantinela: «He visto a a a a a a a a tu padre» Con tamaño entrenamiento a a a á a a a nadie sorprenderá que cuando a a a á a a a finales
de de los años setenta mi hermana Elisa y y yo nos decidimos a a a a a a realizar con él una marcha popular a a a a a a a a a pie entre Valladolid
y Palencia con con fines benéficos nos pusiéramos incondicio- nalmente en en en en sus manos Él planearía bien las cosas y en en en en efecto tras doce horas y cincuenta kilómetros de andadura llegamos tan pispos a a a a a a a a Palencia Lo que a a a a a a a a Elisa y a a a a a a a a mí no se nos había pasado por la la cabeza es que la la extrema frugalidad de de aquel hombre delgado fibroso y extremadamente austero iba a a a a a a reducir el avituallamiento —muy copioso por razones fáciles de de de entender entre los demás participantes— ¡a un solitario café en e una hostería de Dueñas!
Reconozco que que en en en estas cosas es es una pena que que no no en en en otras los hijos varones nos parecemos bastante a a a a a a nuestro padre y nos identificamos plenamente con su ideal de de de caza sacrificada y de vida al al aire libre lo cual no significa que nunca haya habido vacilaciones No puedo olvidar el día en que con solo diez u u once años se me pasó por la cabeza seriamente la la la deserción Ocurrió en en los laderones de de de Villa- fuerte de de de Esgueva tras siete horas de de de brega (de sol sol a a a a a sol sol con solo un descanso para comer el obligado taco al abrigo
de de una cárcava) en un un día brumoso y y muy frío de de invierno Anochecía cuando completamente desfallecido divisé a a a a a lo lejos por fin el el enorme quejigo «Atalaya Gorda» bajo el el que que acostumbrábamos a á a a a a a a a aparcar el coche Mi alegría duró poco pues inesperadamente cuando la meta se encontraba ya al alcance de de la mano el el vuelo ruidoso de de unas perdices obtuvo como respuesta una instrucción inapelable de nuestro padre: «A la la la la izquierda sobre la la la la mano» con la la la la que se reiniciaba la la la la maniobra Si Juan Gualberto el Barbas protagonista de de La caza de de la perdiz roja me hubiera preguntado con su proverbial so- carronería si ese tal Miguel Delibes era una buena escopeta
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