Page 73 - I estoria-ta: Guam, las MarianasI estoria-ta: Guam, las MarianasI estoria-ta: Guam, las Marianas y la cultura chamorra
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que niños y niñas recitaban letanías armoniosamente mientras correteaban por las colinas o trabajaban en los campos. La iglesia, recién convertida en el centro neurálgico de la vida en el pueblo, ofrecía un amplio abanico de medios para que los habitantes expresa- ran su talento musical: coros, oraciones cantadas y plegarias musicales.
Desde el principio, los conversos al cristianismo mostraron un gran afecto por la Virgen María, como explican las cartas de los misioneros: «muchos abra- zan la estatua en la iglesia y rezan el rosario mientras caminan o en casa» (Cardeñoso, carta de 1693, ARSJ Filipinas 14, ff. 83-5). Esta devoción, que enseguida se convertiría en un elemento central de la prácti- ca religiosa de los isleños, podría ser un reflejo del edificante papel que desempeñaban las mujeres en la sociedad de la isla. En la nueva iglesia, siguieron teniendo la misma importancia en su comunidad que antes del contacto. Aunque la principal figura de au- toridad de la iglesia era el pastor extranjero, unas po- cas mujeres fueron reconocidas por su papel como techa, es decir, como profesoras. Estas solventes mujeres, mucho más que meras catequistas, se con- virtieron en el corazón de la parroquia, en signos de estabilidad y en responsables de tomar decisiones en la vida de la iglesia. En efecto, las mujeres ensegui- da adquirieron en la nueva iglesia un papel similar al que habían desempeñado en la sociedad tradicional (Figura 30).
6. Cara a cara con los espíritus
La vida tradicional en las islas se definía por un entra- mado de relaciones sociales que incluían el vínculo de las personas con espíritus invisibles que, creían, controlaban gran parte de los acontecimientos que ocurrían en la aldea. Esta dimensión espiritual fue tan importante en la vida en las aldeas tradicionales como en los nuevos pueblos, ahora en torno a la iglesia.
La cultura isleña daba gran importancia al respeto por los muertos y a la veneración a los espíritus de los ancestros. Los cráneos de los familiares fallecidos, que con tanta frecuencia mencionan los misioneros en sus relatos, contenían sus espíritus (García, 2004: 194). Los huesos de los seres queridos que fallecían se limpiaban y guardaban en cuevas, donde se les veneraba y, en ocasiones, se les consultaba a través
de los makåna3. Los misioneros vituperaban contra
esta práctica y destruían las calaveras de los ances-
tros siempre que podían, tachándolas de sacrílegas.
Sin embargo, la iglesia ofrecía formas alternativas de
honrar a los muertos. Los primeros misioneros jesui-
tas mencionan las misas funerarias cantadas en las parroquias y describen al séquito de acólitos y miem-
bros del clero que acompañaban al ataúd como «ves-
tidos con telas negras con cruces bordadas», camino
del cementerio para el entierro religioso en una tum-
ba bendecida con agua bendita. Ya en 1698, los habi-
tantes de los pueblos habían adoptado la costumbre
de reunirse por las noches para rezar el rosario por quienes hubiesen fallecido recientemente en el pue-
blo («Puntos para la carta annua», 1698, RAH, Cortes
567, leg 12; en Hezel, 2000: 20). Esta famosa costum-
bre de la novena, en la que un grupo de familiares y amigos del fallecido rezaba el rosario cada noche, no
era muy distinta al duelo que se venía practicando en
la isla tradicionalmente, que podía extenderse hasta
siete u ocho días. Los deudos del fallecido «pasaban
esos días cantando canciones tristes y celebrando banquetes funerarios alrededor del montículo que elevaban sobre la tumba» (García, 2004: 174; Coo-
mans, 1997: 18). 73
Además de los espíritus ancestrales venerados por los isleños, también había espíritus malignos de la naturaleza con los que lidiar. En sustitución de los remedios tradicionales, a menudo dispensados por los makåna para mantener a raya a los espíritus ma- lévolos, la iglesia ofrecía abundantes medios simbó- licos de protección. Cuando un líder de la isla veía que había ratas atacando las cosechas, se le ordenaba que levantara una cruz en medio del campo tras ro- ciarla con agua bendita (Bustillo, 23 de mayo de 1690, ARSJ Filipinas 14, ff. 400-1). Los relatos de los misio- neros de la época (1690) están cargados de historias de personas que acudían a la nueva religión en bus- ca de protección contra los espíritus malignos. «Los enfermos empezaron a beber agua bendita... para ahuyentar a la muerte y ayudar a su recuperación. Había una cruz prácticamente en cada casa, ya que se consideraba una forma de protección contra los poderes diabólicos y otras manifestaciones del mal»
3 Este es el término chamorro que se refiere a la persona que tiene contacto con los espíritus, favoreciendo su propia posesión para acceder a informa- ción que pueda ayudar a la familia del fallecido.
La misión en las Marianas